Ahora está de moda. Pero el auténtico es el perfume, el "ambiente" que se le daba a Dios: es un símbolo de adorar. Adorar nos libera. Nos despega de todos los accesorios que nos entorpecen el alma, y nos engañan, confundiendo la arena con la roca: lo que no nos da la Vida, con lo que es realmente Roca, fundamento. Adoramos entonces, hoy, a quien únicamente se debe adorar: a Dios. Lo curioso es que este Dios se nos presenta como bebito. Un Dios inerme, que nos ofrece únicamente su necesidad, su ternura, su cercanía. Un Dios al que naturalmente queremos abrazar, sostener, mimar. En realidad, sólo nos queda mirar a nuestro corazón y a la Eucaristía para adorarlo. Y mirar a nuestro lado para cuidarlo: SEGURO que se nos presenta, en los rostros fácilmente confundibles, pero seguramente cercanos de quienes esperan nuestro cuidado
lunes, 5 de enero de 2009
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1 comentario:
¡Está lindísimo tu blog!
Hace rato que no venía...
Un beso!
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