
Ya casi se nos ha hecho un lugar común lo que nos dijo el Principito: "sólo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos". Pero igualmente sigue alumbrando nuestras cotidianas tinieblas. ¿Cuántas veces miramos con el corazón? ¿Y cuántas otras tan solo con los ojos?
En los primeras frases del capítulo 3 del libro del Éxodo, se nos dice que cuando el pueblo de Israel sufría la opresión en Egipto (nos ubicamos hace 3300 años) para poder ver lo que realmente pasaba, Dios miró con su corazón. Y se estremeció por lo que veía. Y ahí mismito empezó lo crucial de la historia de salvación. Ahí fue cuando Dios empezó a hacerse nuestro compañero de camino. Dejándonos la libertad, pero con esta posibilidad de que otro nos repare, nos libere.
¿Qué tal si usamos un poco más el corazón para mirar? ¿Cómo se nos puede cambiar la realidad concreta que vivimos (la de nuestro trabajo, los rostros de quienes amamos y de quienes no queremos, las mochilas que acarreamos)? ¿Cómo pueden ir cambiando nuestras relaciones humanas? Seguro que para bien.